Publicado en www.diariosanitario.com el 19 de febrero de 2020
Lunes, 07:50 h. de la mañana, suena la alarma del móvil y te dices a ti mismo: “no puede ser, ¿ya?”, crees que deslizas la barra de la aplicación de la alarma, y piensas…»diez minutos más»; te duermes de nuevo. De repente, miras el móvil y son las 08:45 h., lo que significa que te tendrías que haber levantado hace más de media hora según la rutina de todos los días, con lo que evidentemente piensas: “llego tarde al trabajo”.
No te da tiempo a ducharte, te vistes y te peinas como puedes y, por supuesto, te vas sin desayunar; miras el reloj y son las 9:05 h., ya deberías de llevar 5 minutos en el trabajo. Coges el coche y, como no, hay hielo en el parabrisas; después de pensar: “¡genial, justo lo que necesitaba!”, consigues desempañar el cristal y ponerte, por fin, en marcha. Aunque a ti ese día no te viniera bien, el horario escolar sigue siendo el mismo de todos los días y, desgraciadamente, a esas horas hay mucho más tráfico del que sueles acostumbrar.
Después de siete vueltas a la manzana de tu trabajo, aparcas. Miras el reloj, son casi las 9:30 h., y es justo al pasar por la puerta de tu jefe y no antes, cuando tomas consciencia de lo rápido que te late el corazón y de lo mucho que te sudan las manos. Como has empezado el día “con el pie izquierdo”, vas directo a tu despacho con la mirada fija en el suelo, sin dar los buenos días, y por qué no, te sientes con el derecho de contestar mal al becario que se te cruza, y no se lo dices pero piensas: “¡si tú supieras el día que llevo!”.
Es probable que hayas experimentado algunas de las situaciones que se acaban de describir: llegar tarde al trabajo, que haya mucho tráfico cuando llevas prisa, dar una mala contestación a quien no la merece, etc.; en todas estas situaciones entran en juego nuestros pensamientos, pero también (y no menos importantes) nuestras emociones; depende del manejo que hagamos de éstas, obtendremos unos resultados más o menos beneficiosos para nuestro bienestar tanto con nosotros mismos como en nuestra relación con los demás.
Sin embargo, esta gestión emocional no es tarea fácil, sobre todo, como veremos más adelante, cuando se trata de lo que conocemos por emociones negativas (tristeza, rabia, miedo, envidia…).
Tal y como dice el título de este artículo, saber hacer una buena gestión de nuestras emociones requiere práctica, a lo cual añado también, aprender de la experiencia pasada; así, igual que cuando aprendemos a conducir un coche, es necesario exponerse a ello tantas veces como sea necesario y los éxitos o fracasos pasados van a tener gran influencia cuando nos sentemos al volante, en el aprendizaje de la gestión o regulación emocional, pasaría justamente lo mismo.
A continuación, se exponen cuáles son los pasos a seguir para ser eficaces en la gestión de nuestras emociones:
1º) Saber identificar la emoción: a simple vista esto puede resultar sencillo, sin embargo, normalmente cuando alguien nos pregunta: “¿cómo estás?” tendemos a contestar “bien o mal”, en lugar de “triste”, “enfadado”, “nostálgico”, “sorprendido”, etc.
2º) Entender por qué estoy sintiendo esa emoción, y no otra. Ser consciente de nuestro estado anímico en ese momento y saber qué es exactamente lo que lo está provocando.
3º) Manejar la emoción (no dejar que la emoción nos maneje a nosotros): por ejemplo, en el caso de la rabia que emerge en nosotros ante un conflicto con alguien, es necesario identificarla y aceptarla, aunque tenemos que intentar que no nos inunde ni bloquee a la hora de actuar; otro ejemplo sería la tristeza que se siente ante una pérdida: por muy incómoda o desagradable que sea esta emoción, hay que aceptar que, por lo general, es lo que corresponde sentir ante dicha situación, aunque si bien es cierto, no conviene recrearse una y otra vez en el propio dolor.
4º) Tener motivación y persistencia a pesar de que no se cumplan nuestras expectativas o no consigamos el resultado que deseábamos.
5º) Empatizar con el que tenemos delante: es decir, tener la habilidad para percibir, compartir e inferir las emociones de los demás.
6º) Aprender a gestionar nuestras relaciones: lo cual requiere de habilidades sociales como, por ejemplo, tener una comunicación asertiva, saber decir “no”, saber hacer y/o aceptar críticas, etc.
Para concluir, conviene practicar la gestión de nuestras emociones a diario: con la familia, la pareja, los amigos, el jefe, etc., y ser conscientes de los beneficios que esto supone no sólo para nuestras relaciones con los demás, sino también para nuestra salud mental.