A lo largo de nuestra vida nos enfrentamos a situaciones difíciles a las que hacer frente y nos valemos de nuestras propias estrategias personales, así como de la ayuda de nuestro entorno más cercano. Sin embargo, hay situaciones que interfieren notablemente en nuestra vida diaria y que nos generan tal nivel de malestar y sufrimiento, que nos sentimos desbordados. Es en ese momento cuando es recomendable acudir a un psicólogo para que nos guíe y nos ayude a manejar aquello que está afectando a nuestro funcionamiento habitual y a nuestras relaciones sociales y familiares.

A veces puede suceder que, cuando presentamos algún problema que nos afecta y no sabemos gestionar, nos autoconvencemos diciendo: “no estoy tan mal para ir a un psicólogo”; tomando esta decisión y postergando solicitar la ayuda psicológica necesaria, llegamos al punto en el que la situación nos desborda y afecta a la mayoría de áreas de nuestra vida; de esta manera, el trabajo que debemos realizar para superar esta situación es más largo y complejo que si hubiésemos tomado la decisión de solicitar antes la ayuda psicológica.
A la hora de analizar un problema y de ayudar a la persona a solucionarlo, los psicólogos desarrollamos nuestro trabajo a través de una serie de fases, cuya duración depende siempre de las características del caso (complejidad del problema, implicación y colaboración de la persona, ayuda u obstáculos del entorno…):

1) Fase de Evaluación: conocer el motivo de consulta. Durante esta fase se trata de clarificar el motivo que ha llevado a la persona a buscar ayuda, a través de la entrevista y otros instrumentos de evaluación.

2) Explicación del Análisis del Problema: explicar el origen del problema y su mantenimiento. Tras la evaluación ofrecemos a la persona el Análisis Funcional, que consiste en una explicación de su estado actual y cómo ha llegado hasta ese punto. Se marcan los objetivos de intervención y un plan de tratamiento para solucionar la situación problema.

3) Fase de Intervención: solucionar la situación problemática. En esta fase el psicólogo guía al paciente en el aprendizaje de las técnicas necesarias para afrontar y solucionar su problema o hacer que éste no le afecte tanto. Destacar que, aunque el psicólogo guía y supervisa en este proceso de intervención, la persona ha de tener un papel muy activo en dicho proceso. (La mayor parte de la terapia transcurrirá a lo largo de esta fase).

4) Fase de Seguimiento: consolidar los cambios y mejoras. Durante esta fase, las sesiones cada vez son más espaciadas y el psicólogo se asegura de que los cambios que han tenido lugar en la persona se mantienen, pudiendo generalizarse las estrategias aprendidas.
Cada proceso terapéutico es distinto, con lo que el número total de sesiones va a depender de multitud de factores como la gravedad del problema, la actitud e implicación de la persona en la terapia, el apoyo o los obstáculos de su entorno, la frecuencia de las sesiones, etc.
Basándome en mi experiencia, un proceso de terapia puede ir más rápido, no tanto porque el problema por el cual se acude sea más grave o leve, sino por la predisposición, la actitud y el nivel de implicación de la persona con la terapia. Hay que destacar que el paciente siempre es parte activa en la terapia y va a influir en todo el proceso terapéutico, incluyendo la duración total.
La frecuencia de las sesiones no es algo fijo para todos los casos ya que puede ser mensual, quincenal, semanal y hasta de varias sesiones por semana. Todo ello dependerá de la metodología del profesional y de la particularidad de cada caso. Por ejemplo, cuando el paciente tiene síntomas graves y agudos se recomienda que asista varias veces a la semana.
Acudir una vez a la semana suele ser lo más habitual, sobre todo al principio del proceso terapéutico. Por último, en casos en los que se esté preparando la despedida y el alta, se podría ver al paciente de forma quincenal o incluso mensual.
No obstante, la experiencia me ha enseñado que la frecuencia de las sesiones es algo a lo que el profesional también ha de adaptarse en función de cualquiera que sea la situación y/o circunstancias del paciente.
Sí. Mi trabajo en consulta se rige por los principios del código deontológico que guía el ejercicio de la profesión; de igual modo, se respeta la legislación vigente en términos de protección de datos (LOPD 3/2018). La información obtenida en consulta será tratada conforme al secreto profesional y no será comunicada a terceros (a no ser que la persona así lo autorice de forma explícita , sea ordenado judicialmente o en aquellas situaciones que pudieran representar un riesgo muy grave para el paciente o terceras personas).


Tanto el psicólogo como el psiquiatra, son dos profesionales del área de la salud mental que buscan el bienestar mental del paciente. Ambos están capacitados para diagnosticar cualquier problema de salud mental, pero cada uno realizará la atención desde perspectivas distintas.
El psiquiatra es un médico especializado en salud mental, que se encarga de los procesos mentales desde la perspectiva de la medicina, haciendo uso en la mayoría de ocasiones de la prescripción de fármacos y con un tratamiento centrado en síntomas y síndromes.
El psicólogo es el profesional capacitado para prevenir, diagnosticar e intervenir sobre los problemas relacionados con la salud mental mediante técnicas psicológicas (proporcionando al paciente pautas y herramientas para superar adversidades y conseguir sus objetivos), no estando autorizado a prescribir tratamiento farmacológico.
Hay muchas ocasiones en las que será adecuado que el paciente recurra a ambos profesionales.

Gracias al avance de las nuevas tecnologías, tanto profesionales como pacientes, tenemos acceso a herramientas novedosas para llevar a cabo el proceso terapéutico. No solamente la terapia online es igual de eficaz que la presencial si no que tiene también otras muchas ventajas: es cómoda, rápida y muy accesible desde prácticamente cualquier lugar. Además, refuerza la intimidad del paciente y la sensación de familiaridad al estar en su propio entorno físico. Muchos pacientes refieren sensación de seguridad y confidencialidad. Además , se reducen costes al evitar los desplazamientos.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que estás facilidades pueden mejorar la regularidad en las sesiones, lo cual es un aspecto clave en la eficacia de un tratamiento psicológico.
Aún con personas que prefieren las sesiones presenciales, hay ocasiones que aprovechan esta modalidad como alternativa flexible a imprevistos puntuales, ajustes de agenda, problemas de tráfico, enfermedad leve u otros motivos.